martes, 31 de mayo de 2011

SANTIFICÁNDOME EN EL APOSTOLADO

Que un apóstol tiene que ser cada vez más santo, resulta más que obvio. Nadie duda que el mejor apóstol sea el santo. Asimismo, queda claro que la finalidad del apostolado, sea como anuncio explícito del Evangelio en sus múltiples expresiones, sea como testimonio de vida cristiana audaz y coherente, es la santificación de las personas. No siempre, en cambio, me resulta fácil descubrir de qué forma concreta hacer apostolado me ayuda a ser más santo. Por eso, queremos proponer algunas breves consideraciones puntuales al respecto:
El apostolado me configura con el Señor Jesús. Lo decíamos arriba. Ser santo es configurarme con Cristo, tener sus “mismos sentimientos”, concretamente su amor universal a los hombres por quienes «pasó haciendo el bien»y «se entregó a sí mismo hasta la muerte y muerte de Cruz». Jesucristo es el primer y más grande Evangelizador. Haciendo apostolado me conformo a Él, me revisto de Cristo.
El apostolado me reviste del Amor de Cristo. Otra consecuencia directa de lo anteriormente dicho. La caridad de Cristo nos urge. Haciendo apostolado se me dilata el corazón, aumenta mi capacidad de amar, de entregarme, rompo las barreras de mi egoísmo, de mis mezquindades.