¡Es verdaderamente sobrecogedor el acontecimiento dramático de Jesús de Nazaret! Para restablecer la plenitud de vida en el hombre, el Hijo de Dios se ha anonadado del modo más humillante. De la muerte, libremente elegida por Él, mana sin embargo la vida. Dice la Escritura: oblatus est quia ipse voluit. El suyo es un extraordinario testimonio de amor, fruto de una obediencia sin igual, que va hasta la extrema donación de sí mismo.
¿Cómo apartar la mirada de Jesús, que muere en la Cruz? Su cara afligida suscita desconcierto. El Profeta afirma: "no tenía apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado y repudiado por los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro" (Is 53,2-3).
En aquel rostro se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias, las violencias padecidas por los seres humanos de cada época de la historia. Pero ahora, delante de la Cruz, nuestras penas de cada día, y hasta la muerte, aparecen revestidas de la majestad de Cristo abandonado y moribundo.
¿Cómo apartar la mirada de Jesús, que muere en la Cruz? Su cara afligida suscita desconcierto. El Profeta afirma: "no tenía apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado y repudiado por los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro" (Is 53,2-3).
En aquel rostro se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias, las violencias padecidas por los seres humanos de cada época de la historia. Pero ahora, delante de la Cruz, nuestras penas de cada día, y hasta la muerte, aparecen revestidas de la majestad de Cristo abandonado y moribundo.
JUAN PABLO II