“Sed Perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, es un pasaje del Evangelio que lo encontramos en Mt 5, 48. Esta frase de Jesús a sus apóstoles no va dirigida solo a éstos, sino a todos los que quieren seguir a Jesús, es decir que Jesús nos llama a la santidad a todos, sin hacer distinción de estado, de raza, de condición.
La santidad podemos y debemos adquirirla en los quehaceres ordinarios, en lo que hacemos todos los días, muchas veces nos parece algo mecánico; pero en esas cosas diarias tenemos que buscar a Dios, ya que, como decía San Josemaría: “Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre Celestial es perfecto.” Uno puede llegar a ser santo, si se preocupa en vivir bien la misión que ha recibido de parte de Dios; por ejemplo, un jardinero santifica su trabajo cuidando muy bien las plantas; un zapatero, arreglando zapatos; un estudiante, cumpliendo con sus deberes de tal. Entonces podemos alcanzar la santidad si hacemos nuestro trabajo bien y ofreciendo ese trabajo a Dios.
El Concilio Vaticano II hace el llamado a la santidad de los fieles, en la Constitución Apostólica Lumen Gentium, cuando dice: “quedan pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar intrínsecamente la santidad y la perfección dentro del propio estado”. Ésta es una llamada universal a la santidad, cada uno, en su labor diaria, en su profesión, en su lugar de trabajo tiene que buscar la manera de alcanzar la perfección de lo que está realizando, y así poder llegar a ser santos. ¿Y qué es la santidad? Pues la santidad es la alegría de hacer la voluntad de Dios.
San Josemaría, también dice que la santidad grande está en cumplir los deberes pequeños de cada instante; es decir no es necesario hacer grandes cosas, ni extraordinarias para ser santo, sino hacer bien nuestro trabajo cotidiano; hacer nuestro trabajo santo, santificarme dentro de mi trabajo, y de santificar a los demás con nuestro trabajo, y un trabajo alegre, porque en la alegría de hacer las cosas está la santidad. Todos los santos mientras han vivido en este mundo han sido personas alegres, y han hecho su labor con la alegría característica que debe tener cada cristiano.
Pues tú y yo estamos llamados a la santidad en nuestro quehacer diario, trata siempre de santificarlo, haciendo las cosas con alegría, y buscando la perfección, sólo así podremos alcanzar la santidad.
La santidad podemos y debemos adquirirla en los quehaceres ordinarios, en lo que hacemos todos los días, muchas veces nos parece algo mecánico; pero en esas cosas diarias tenemos que buscar a Dios, ya que, como decía San Josemaría: “Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre Celestial es perfecto.” Uno puede llegar a ser santo, si se preocupa en vivir bien la misión que ha recibido de parte de Dios; por ejemplo, un jardinero santifica su trabajo cuidando muy bien las plantas; un zapatero, arreglando zapatos; un estudiante, cumpliendo con sus deberes de tal. Entonces podemos alcanzar la santidad si hacemos nuestro trabajo bien y ofreciendo ese trabajo a Dios.
El Concilio Vaticano II hace el llamado a la santidad de los fieles, en la Constitución Apostólica Lumen Gentium, cuando dice: “quedan pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar intrínsecamente la santidad y la perfección dentro del propio estado”. Ésta es una llamada universal a la santidad, cada uno, en su labor diaria, en su profesión, en su lugar de trabajo tiene que buscar la manera de alcanzar la perfección de lo que está realizando, y así poder llegar a ser santos. ¿Y qué es la santidad? Pues la santidad es la alegría de hacer la voluntad de Dios.
San Josemaría, también dice que la santidad grande está en cumplir los deberes pequeños de cada instante; es decir no es necesario hacer grandes cosas, ni extraordinarias para ser santo, sino hacer bien nuestro trabajo cotidiano; hacer nuestro trabajo santo, santificarme dentro de mi trabajo, y de santificar a los demás con nuestro trabajo, y un trabajo alegre, porque en la alegría de hacer las cosas está la santidad. Todos los santos mientras han vivido en este mundo han sido personas alegres, y han hecho su labor con la alegría característica que debe tener cada cristiano.
Pues tú y yo estamos llamados a la santidad en nuestro quehacer diario, trata siempre de santificarlo, haciendo las cosas con alegría, y buscando la perfección, sólo así podremos alcanzar la santidad.
Sem. Jhonatan Ruíz Santos